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Hacer la compra es casi como una yincana. Sobre todo desde que la inflación se disparó hace unos meses. Aunque pensemos que cosas como la ... guerra de Ucrania o el Gobierno de Trump nos quedan lejos, todo repercute, al final, en nuestro carrito del súper. Lo vemos, sobre todo, en la cuenta final:cuando el cajero nos canta lo que tenemos que pagar y se nos queda la cuenta temblando. Pero subir el precio de los productos no es la única estrategia que tienen las marcas para hacer frente a la crisis.
En las últimas semanas se ha viralizado un nuevo término: la 'cheapflación'. «Surge de unir 'cheap', que es barato en inglés, e inflación, y es una estrategia mediante la cual las empresas mantienen los precios de los productos, pero bajan los costes de producción», explica Belén Cambronero, profesora del grado de Marketing de la Universidad Internacional de La Rioja (Unir).
«En términos generales, lo que hacen es usar materiales o procesos más baratos para compensar el aumento en los costes de situaciones como las que estamos viviendo», precisa Carlos Victoria, también profesor, pero de Economía en Comillas-Icade. Se puede hacer en todos los sectores (en el textil a través de tejidos de menos calidad, en el tecnológico con componentes menos resistentes...), aunque el mejor ejemplo lo encontramos en la industria alimentaria. También es el más polémico y el que nos afecta con más frecuencia.
Un reciente estudio de la OCU analizó 54 tipos de flanes diferentes y observaron que algunas firmas habían rebajado la cantidad de alguno de sus ingredientes, un claro ejemplo de 'cheapflación', o habían reducido el peso total del producto aunque no el tamaño del envase, lo que se conoce como reduflación. El problema de estas tácticas no está en ponerlas en práctica, sino en no comunicarlas, coinciden los expertos consultados.
«Los fabricantes pueden variar legalmente la composición o el precio de sus productos. Esto se regula por un Real Decreto aprobado el 16 de noviembre de 2007», precisa Cambronero. Ahí se desarrolla la forma. ¿Entonces? «El problema aparece cuando se emplean estrategias poco éticas encaminadas a encubrir esos cambios. ¿Por ejemplo? Manteniendo el envase exactamente igual que el anterior o relegando información importante para el consumidor a una letra muy pequeña», señala la docente, especializada en publicidad, investigación de mercados y derechos del consumidor.
«Las empresas, como todos los agentes económicos, reaccionan a los cambios en el entorno. Si aumentan los costes, tienen opciones de repercutirlo en los precios finales, de buscar factores de producción más baratos... El cuestionamiento llega cuando esto se hace de forma poco transparente», coincide Victoria. A esto hay que sumarle que hay sectores que 'juegan' directamente con la comida, que es algo que siempre nos han dicho en casa nuestras madres que no hay que hacer. Y si no lo hacen bien, con mano izquierda y «buena comunicación», les puede pasar factura.
Belén Cambronero
Profesora del grado de Marketing de la Universidad Internacional de La Rioja (Unir)
Siguiendo con la industria alimentaria, que al final es por donde se nos va un buen pico del sueldo después de la hipoteca y, por tanto, nos preocupa bastante, hay algunos cambios que podemos detectar sin necesidad de hacer una investigación profunda. Basta con sacar la lupa para leer las etiquetas y conocer la receta 'original'.
En el caso de los flanes que mencionábamos antes, lo que detectó la OCU es que los que habían utilizado estrategias de 'cheapflación' habían reducido la presencia del algún ingrediente, en este caso, del huevo, «hasta un 2%». Ello, lógicamente, abarata los costes. ¿Y cómo se compensa para que el flan no se quede en natillas? Con el uso de espesantes.
Pero no en todos los casos es tan fácil la operación. Es el caso del aceite de oliva, señala Victoria. Cuando subió tanto de precio, algunas empresas se plantearon sustituirlo en sus recetas por otros más baratos: girasol, colza, palma... Algunas lo hicieron y otras, no. ¿La razón? «En este caso nuestra sensibilidad con el ingrediente es mayor. La gente lo percibe como un cambio importante» y la reacción puede ser más negativa para las cuentas finales que mantenerlo.
– ¿Todo cambio es a peor?
– No necesariamente. Son decisiones complejas y maduradas donde hay cierta innovación detrás y se pueden descubrir soluciones mejores a las que se aplicaban.
1. Lee las etiquetas para comprobar si no ha habido cambios sustanciales.
2. Revisa el precio por kilo, litro, docena... Lo tienes indicado en el lineal del supermercado.
3. Compara productos similares: marcas blancas a veces mantienen mejor la calidad que las 'premium'.
4. Compra productos frescos y sin procesar, menos susceptibles a recortes en calidad.
5. Sigue las publicaciones de las asociaciones de consumidores, que están muy pendientes de este fenómeno.
6. Denuncia: la OCU tiene una acción colectiva para exponer casos que viene muy bien como guía.
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