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Ángel Rodríguez
Domingo, 8 de junio 2025, 02:00
Fue el escándalo Watergate lo que popularizó, a principios de los setenta del siglo pasado, que en Estados Unidos se hablara de «fontaneros» para nombrar ... a los que, en política, hacen el trabajo sucio. El presidente Nixon era muy aficionado a contratar esos servicios, y, al parecer, la abuela de uno de esos esbirros, encargado de controlar la información que debía filtrarse y la que no, le preguntó una vez a su nieto que cuál era su trabajo en la Casa Blanca. Cuando este le dijo que se encargaba de las filtraciones, la abuela, muy satisfecha, le contestó: Ah, so you are the plumber! La expresión les gustó tanto que ellos mismos la usaron en adelante, así que cuando el Washington Post publicó que unos fontaneros del partido republicano habían sido sorprendidos por la policía colocando micrófonos en la sede del partido demócrata, todo el mundo entendió de qué estaban hablando.
El término, sin embargo, no hace justicia a los trabajadores de la fontanería. Si conociéramos las encuestas al respecto (es posible que las haya), estoy seguro de que los datos confirmarían que están considerados entre los profesionales más valorados del país. Tampoco hace justicia a los que trabajan en los partidos políticos o en las instituciones. Para que una democracia funcione hacen falta muchas personas, versadas en los más diversos ámbitos, que aconsejen o asesoren a los representantes públicos. Están en los aparatos de los partidos, en los grupos políticos, en los órganos constitucionales o en las administraciones públicas. Conozco a muchos de ellos. Son los expertos del legendario edificio de «semillas» en el complejo de la Moncloa (el think tank que tienen a su servicio los presidentes del Gobierno), los técnicos de los grupos municipales o parlamentarios, los letrados del Tribunal Constitucional, de las Cortes Generales o de los parlamentos autonómicos. Les puedo asegurar que no se parecen en nada a la imagen que algunos personajes están proyectando a la opinión pública en estos días.
Una de esos personajes convocó el jueves pasado un simulacro de rueda de prensa solo para pedir que no la llamaran fontanera. Me parece que habría que darle la razón en esto: de hecho, el diccionario de la Real Academia no reconoce entre las acepciones de ese término su uso para referirse a quien no se abochorna cuando es sorprendido cometiendo actos inmorales o los ejecuta en beneficio propio o por encargo de otros. Dice el diccionario que quien así actúa puede ser definido como un «sinvergüenza», aunque advierte la Academia que es una palabra que debe usarse con cuidado, pues incluso usándola en su sentido descriptivo, puede ser percibida como un insulto.
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